Es el mismo reloj y el mismo tiempo, pero corren de manera diferente para ella -ella, la madre de Él, leona protectora deseosa de tener siempre cerca la manada- y para mí.
El tiempo, segundos agrupados en minutos, conectados entre sí en varias horas, conjuntados en armoniosos días, no se desliza ni galopa: tan sólo cumple escrupulosamente el circuito establecido en la esfera de los dos relojes del salón, tic- tac. Pero le roba, a ella -ella, que quisiera siempre cerca a la manada-, Él, que se marchará, semanas, días, minutos con todos sus segundos. Y en ese lamento de esfera, agujas y números en digital, ella pierde el gusto acaramelado de tener cerca a su hijo. Abandona el recreo de tener cerca a Él por el agrio sabor de la despedida.
Segundos con sus minutos, días arremolinados en semanas, que me anuncian la llegada de mi rato del té, el tiempo a solas con Él sin interrupciones junto al televisor y la rutina que ayuda y equilibra.
Ella -ella, leona querría siempre cerca a la manada- y yo tenemos algo en común, sí: contamos el tiempo, horas que se desgranan rítmicamente en las dos esferas que tengo vigiladas. La leona, porque la manada se disgrega (me dejáis sola, en voz quebrada de chantaje), yo, porque -por fin- vuelvo a mi té...
Claro, no podría ser de otro modo. Quizás, sí podría "parecerlo"; peeero... ni comparación el ser de la leona con el parecer de la suegra guay. Mil veces la leona, Negre.
ResponderEliminarY tampoco es lo mismo no haber alcanzado el otoño que transitar ¡aún! por las primaveras. ¡Ah, qué suerte tenéis!
Un abrazo
José Luis
Mil veces la leona, siempre que no encubra egoísmos invernales. Yo siempre defenderé mi independencia, en la manada que sea...
ResponderEliminarUn abrazo.