Su cara rezumaba odio: lo vi desde el retrovisor del Negrevercarruaje. Se agarró al volante con la mano izquierda crispada, mientras que con la derecha me señalaba con un índice acusador y sus labios se fruncían una y otra vez en un cúmulo de palabras malsonantes apelotonadas. Lo vi todo, aunque fue por casualidad.
Oí el motor de su coche -uno pequeño, en gris metalizado, un modelo antiguo, pero que era el coche de ella, pues, seguro él tendría otro más grande, más digno, más- acelerando aún antes de que ella pisara el pedal derecho con furia incontenida, y adiviné que no pondría ni el intermitente para indicar al resto su intención de adelantarme, sin mirar la línea contínua y el horizonte lleno de curvas peligrosas. Se había encontrado conmigo, miserable, en su insignificante vida de conductora de un utilitario y en una carretera secundaria venida a menos.
Rugió, sí, arañando el asfalto sin dejar marcas, el humo negro y denso del tubo de escape y su rabia envolviéndola como en una niebla demoníaca...
- Negre, parece que esa de ahí se ha enfadado un poco contigo -dice Él, tranquilo.
- Eso creo -digo, mirando de nuevo al semáforo, esperando que se pusiera en verde...
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