Emulé a César ante el Senado, respondiendo a las preguntas sobre su victoria en la batalla de Zela en aquel 47 a.C. Vini a Logroño, a 400 kilómetros de mi ciudad, donde reposaba el Negrevercarruaje; vidi, allá, en el fondo del taller esquinado. En el bar de la misma acera me recreé con un pincho de tortilla rellena y un té. Y vinci. 400 kilómetros más tarde llegaba a mi casa, con el motor arreglado, dos piezas nuevas y bastante menos peso en el bolsillo que al principio de la tarde...
¿Vinci?
¡Ah, la pregunta del millón! que sólo el deparar de los tiempos te responderá... al final de los tiempos. Nada más difícil (en verdad, imposible) que saber cuánta vida y, muy importante, qué tipo de vida le quedan a nuestros carruajes.
ResponderEliminarPara tu consuelo, querida Negre, todos los propietarios de carruajes sufrimos ese mismo enigma.
José Luis
Menos mal que he esperado al final de la crónica porque en la primera entrega ya estaba escribiendo el Requiescat in Pace y entonando el Miserere. Veo que finalmente ha sido resurrectio.
ResponderEliminarEnhorabuena a ambos.
En cuanto a tu bolsillo, lo importante es perder peso sea de lo que sea para mantener la compostura.
Consolatio.
La próxima vez (cruzo los dedos), que sea cerca de casa...
EliminarY yo me las veía felices, José Luis, pensando que el mío era fuerte...
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