Hace pocos días hablábamos del azafrán a la hora de la comida: Él había hecho paella -una de esas comidas que sabe hacer con muy buena mano- y Niña Pequeña nos preguntó cómo el arroz podía ser de color amarillo. Mi alma de profe de Historia salió a la luz y le expliqué las maravillas del azafrán, el oro rojo...
- Porque tú sabes que en una flor hay estigmas y pistilos... -dije, dejando el tenedor apoyado en el plato.
- No, mamá, yo no sé eso -respondió ella, mientras removía su plato buscando calamares.
-¿Cómo que no? Si te lo han explicado en Science, Niña Pequeña.
- Pues por eso: en Inglés. Por eso no me lo sé -dijo ella, comiendo tranquilamente el calamar rescatado de entre el amarillento arroz.
Mi hija no sabe lo que es un pistilo, ni el estigma de una flor, ni distingue fuerza de masa, ni recuerda que los mamíferos tienen pelo y los ovíparos ponen huevos... Mi hija es una víctima del bilingüismo, como tantos otros niños que aparecían hace unos días en una encuesta que yo ojeaba: los alumnos de Primaria habían empeorado en su comprensión lectora en castellano, su capacidad de hilar ideas y redactarlas estaba en un dudoso puesto a la cola de Europa y seguían sin saber distinguir las mínimas normas de ortografía. En algunos colegios de Madrid se estaban eliminado horas de Refuerzo de Lengua -una optativa de 1º de ESO- para darle horas al Inglés, y a mí me llevan los demonios...
Vaya por delante que no estoy en contra de aprender idiomas, que, como cualquier disciplina humanística, abren la mente, permiten conocer culturas, expresarse mejor, salir al mundo,... Conozco a sus profesores de Science y Arts -compañeros míos en mi trabajo-, algunos de ellos amigos desde hace décadas, grandes profesionales en lo suyo. No es cosa de ellos, no, sino quizá mía, que defiendo a ultranza -pero nunca delante de las familias, claro, porque me va el sueldo en ello- que el bilingüismo impuesto por la Ley (des)educativa -la que sea: la actual, la de hace tres años, la que vendrá en otros dos- no es real, sino una falacia, una imposición variable y en función del sitio de España donde hayas caído: los profesores de Castilla-La Mancha deben demostrar un nivel B2 en Inglés, en Madrid un C1 mínimo, en Castilla y León, un B1...
Y yo, que soy hija de un bilingüe, estoy convencida de que eso, lo de mamar otro idioma desde pequeño, en casa, en vida cotidiana, es lo que marca la diferencia: lo es la más pequeña de mi familia, hija de un italiano, mi primo, que estudió en un colegio extranjero, mi amiga, la de Alemania, que huyó en fuga de cerebros y nunca volvió... Niña Pequeña ha mejorado su dicción, entiende las canciones, se comunica con sus profesores en Inglés,..., pero no tiene conceptos adquiridos de materias científicas, explicadas en una lengua que no es la suya.
Mis alumnos, tampoco. Me llegan con doce años sin, la inmensa mayoría, saber resumir, comprender un texto, escribir diez líneas sin hacer una veintena de faltas de ortografía, sin extraer de dos párrafos ideas principales... Y yo me las veo y me las deseo para intentar encauzar esos fallos, maquillarlos para la Inspección, disimular que, sin duda, sabrán mucho Inglés, pero cuando estén en 4º de ESO habrá una reválida que se les aplicará en castellano (quizá, porque en el fondo, lo del bilingüismo no es tal, y no son alumnos extranjeros o de colegios extranjeros que esos, sí, tienen derecho a un examen especial en su idioma materno).
Y sin esa reválida, un examen de tipo test que medirá contenidos, no podrán titular. Que la Ley (des)educativa nos imponga a los profesores explicar siguiendo "metodologías activas", "personalicemos la enseñanza" (aulas a más de treinta alumnos), "atendiendo a los niños con dificultades" (repito: aulas a más de treinta alumnos) y procurando "explorar y poner en prácticas competencias, no tanto contenidos", eso, es otra historia para otra entrada del blog.
Qué país.
My God.