Corren por el pasillo hacia mí, recién cerrada la puerta al terminar la clase: cambio de hora, cambio de carpeta, cambio de libros. Vienen sonrientes y con los ojos chispeantes.
- ¡Profe! -dicen, entusiasmados como hacía tiempo que no les veía. Aventuro noticias, una buena cosa que les ha pasado, una nota de la asignatura más difícil que han logrado aprobar. Son dos alumnos de una de mis antiguas tutorías, quince años, adolescentes en ebullición.
- ¿Qué os ha pasado? -pregunto. Estos dos, ella y él, me resultan simpáticos y no logro disimular.
- ¡Que el año que viene nos vas a dar clase en 4º, que nos lo acaban de decir! -mi compañera sonríe ante la refrescante naturalidad de los dos. Me mira ella, abrazada a la carpeta de libros y apuntes, contando por dentro, como yo, los días que quedan para dar por finalizado el curso.
- A saber, chicos, que somos muchos profesores... -apunto.
- No, profe, que vas a ser tú la que nos vas a dar clase, seguro, y venimos a decirte que nos gusta eso.
Les sonrío y les hago un par de bromas; no saben aún cómo deslizarse en su futuro. No son conscientes del mundo que les queda por descubrir y las energías que consumirán por el camino. Tendrán piedras y senderillos luminosos mientras tanto, pero hoy, en el cambio de hora, quisieron saltar chispas de colores y correr para decirme que les gustaba saber que yo les daría clase el curso próximo.
Y eso, que vengan, es noticia.
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