Hacía tiempo que no la veía, pero hoy nos encontramos en el aparcamiento; bueno, realmente no sé si me vio o me esquivó con la mirada, o hizo como si sí, pero va a ser que no, o quizá pensó que si ella no me miraba, yo me volvería invisible y así no tendría que hacerme frente y saludarme.
Porque debe de ser difícil para ella saludarme ahora, mirarme siquiera, en este tiempo estival, en el que el calor se desgrana perezosamente desde el mediodía y las horas van más lentas... Entiendo su dificultad, pues es madre de dos niños en edad escolar y durante ocho largas semanas -ocho taurinas, lentas y agónicas semanas- tiene que estar pendiente de ellos, día y noche, hora tras hora, y pensar cómo ocupar el tiempo de su retoños, impedir por todos los medios que se aburran en vacaciones, proveerles de distracciones, campamentos, deberes vacacionales y todo lo posible para que estén ocupados -porque, ya se sabe, si el cerebro no está a pleno rendimiento intelectual, busca su desconexión en forma de imaginación y esto, en la adolescencia, vete tú a saber, Negre...
Ella me dijo hace siete años -aún lo recuerdo, pues Él tuvo que salir en mi defensa, que yo estaba harta de oír y tener que escuchar- que no era justo mi horario de profesora, que los niños se aburren en vacaciones, que mira, Negre, a ver entonces quién me entretiene a los niños, que la conciliación laboral consiste en que yo dejara a mi hija con alguien para cuidar a sus pequeños en mi colegio, hasta las ocho de la tarde -otra vez: ocho, ocho semanas, ocho horas-, momento en el que ella los recogería...
Desde entonces -siete años- ella disimula, no me saluda y me hace invisible con su mirada vacía. Y es que tengo un defecto: estoy de vacaciones, no voy a mi trabajo, no me ocupo de sus hijos. La he dejado sola, tiene que ver cómo entretener a sus retoños.
Y en septiembre, cuando volvamos a estar en el aparcamiento -cada mañana, cerca de las ocho... ocho semanas, ocho horas...- su hijo pequeño me verá al bajar las escaleras:
- ¡Hola, Negre! -dirá, como viene haciendo desde hace años.
- Hola, pequeño -responderé, ante la mirada silenciosa e invisible de su madre, porque, en el fondo, a ella no le gusta mi trabajo.
'País...
Porque debe de ser difícil para ella saludarme ahora, mirarme siquiera, en este tiempo estival, en el que el calor se desgrana perezosamente desde el mediodía y las horas van más lentas... Entiendo su dificultad, pues es madre de dos niños en edad escolar y durante ocho largas semanas -ocho taurinas, lentas y agónicas semanas- tiene que estar pendiente de ellos, día y noche, hora tras hora, y pensar cómo ocupar el tiempo de su retoños, impedir por todos los medios que se aburran en vacaciones, proveerles de distracciones, campamentos, deberes vacacionales y todo lo posible para que estén ocupados -porque, ya se sabe, si el cerebro no está a pleno rendimiento intelectual, busca su desconexión en forma de imaginación y esto, en la adolescencia, vete tú a saber, Negre...
Ella me dijo hace siete años -aún lo recuerdo, pues Él tuvo que salir en mi defensa, que yo estaba harta de oír y tener que escuchar- que no era justo mi horario de profesora, que los niños se aburren en vacaciones, que mira, Negre, a ver entonces quién me entretiene a los niños, que la conciliación laboral consiste en que yo dejara a mi hija con alguien para cuidar a sus pequeños en mi colegio, hasta las ocho de la tarde -otra vez: ocho, ocho semanas, ocho horas-, momento en el que ella los recogería...
Desde entonces -siete años- ella disimula, no me saluda y me hace invisible con su mirada vacía. Y es que tengo un defecto: estoy de vacaciones, no voy a mi trabajo, no me ocupo de sus hijos. La he dejado sola, tiene que ver cómo entretener a sus retoños.
Y en septiembre, cuando volvamos a estar en el aparcamiento -cada mañana, cerca de las ocho... ocho semanas, ocho horas...- su hijo pequeño me verá al bajar las escaleras:
- ¡Hola, Negre! -dirá, como viene haciendo desde hace años.
- Hola, pequeño -responderé, ante la mirada silenciosa e invisible de su madre, porque, en el fondo, a ella no le gusta mi trabajo.
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