sábado, 31 de diciembre de 2011

Horas espesas de Nochevieja.

Me gusta esta sensación de un año que va goteando lo que le queda, como mi botella de aceite cuando sabe que está a punto de acabar en el cubo de reciclado. Las horas estas esperando la cena van más lentas, sí, como si se quisieran quedar pegadas en la esfera del reloj del salón: un ya sí, pero todavía no. Como si la última noche del año tuviera sabor escatológico y ganas de ser diferente. Imagino las agujas ralentizadas y espesas tiic... taac tiiiiic... taaaac tiii-ii-i-c... ta...

Lo mejor para todos en el 2012.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Perro candeal.

Gasta ella melena corta de peluquería, de puntas hacia dentro y bien cuidada, blanca de algodón como el pelo lanudo de su perro, níveo de nata montada, al que lleva atado por una lindísima cadena de cuero. Si dueños y mascotas se parecen, tal vez sea este el ejemplo más evidente de los que había visto por la calle.

Bordea ella la acera y un par de insalvables adoquines; me recuerda su silueta y uñas perfectas al buen hacer de Tíamagda, aunque, indudablemente, esta es señora y la del perro, una imperfecta imagen. El perrillo parece casi levitar y anda de puntillas, temeroso de mancharse las patitas con el hielo del mediodía, mientras su dueña sonríe para sí, labios pintados en rosa crema, el apunte apenas de unos pendientes rectangulares de pinzas asomados bajo la cortísima melena. Imagino que en su bolso -beige, a juego con zapatos de justo tacón del mismo color, oscuro y otoñal su traje de chaqueta- esconde la bolsita en la que llevará la barra de pan -lo supongo también pequeño, candeal, de blanca y esponjosa miga, como los rizos laterales de la mascota- cuando regrese a su casa.

martes, 27 de diciembre de 2011

4637'73 razones para desvincularse.

4637'73 euros al mes. Y 2667'5 más cuando su sesuda señoría Iñaki Antigüedad sea portavoz del Grupo Mixto en el Congreso de los Diputados de España. De paso, el voto de abstención de su grupo cuando fue elegido el recién estrenado Presidente, hace apenas unos días; el motivo: su grupo no se siente vinculado con la elección del presidente del Gobierno de España.

En estos días navideños, que deberían ser una llamada extra a la coherencia, pediría yo a este grupo de sesudas señorías que no se sintiera vinculado al sueldo que va a recibir en calidad, los siete, de diputados del Gobierno de España al que no se sienten vinculados. 4637'73 euros al mes, multiplicados por los siete-que-no-se-sienten-vinculados, dan un total de 32.464'11 euros al mes como sueldo. Es decir, más o menos cinco millones de las antiguas pesetas que nos podríamos ahorrar unos cuantos españoles que no nos sentimos vinculados con su presencia en nuestro Congreso español, si sus sesudas señorías no vinculadas hicieran honor a la coherencia que expresan y se marcharan con viento fresco por donde sí entran.

Y en una segunda llamada a la coherencia, tal vez podrían pensar, estos siete-que-no-se-sienten-vinculados, que si están ahí, en el su no-vinculado Congreso, es porque se han aprovechado de las herramientas democráticas de su no-vinculado país al que todavía están pegados. Tanta no vinculación me hace pensar que, tal vez, hubiera sido mejor que hicieran gala de la coherencia vinculatoria que deberían tener, no presentando listas a elecciones, no sentándose en escaños no vinculatorios, no recogiendo con el bolsillo bien abierto 32.464'11 euros al mes entre los siete, dinero procedente de personas que no se sienten vinculadas a ellos.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Hoy no me toca Navidad.

Mi amiga Nair me mandó un rápido mensaje al teléfono móvil -invento al que me tuve que adaptar cuando le conocí a Él-; su casa sería, imaginé yo al leerlo, un jolgorio de niños pequeños, bebés, hermanos y muchas canciones, como a ella le gusta. Lo tradicionalmente navideño, vaya, muy del estilo familiar, cariñoso, cercano, preocupado, que rubrica las cenas en su casa.

Apagué momentáneamente el teléfono después. Otros amigos me escribían desde sus ciudades natales, alguno fuera de España -el cumpleaños de Óscar, allá en Honduras- y sabía que se agolparían los mensajes de felicitaciones en el correo electrónico, las redes sociales, puede que hasta en el plataforma digital del trabajo. Tíamagda me explicaba con el detalle que ella sabe lo que prepararía para la fiesta de san Esteban, esa que aquí no se celebra, pero sí en Barcelona, y de paso me enteraba de una boda sorpresa.

Miro a mi alrededor. No hay en casa de mis padres árbol ni luces, sólo las cinco piezas grandes, pintadas a mano, de un amigo de la familia fallecido hace años, encima del piano, en ordenada simetría sobre su tapete blanco. Cuatro bandejas de dulces navideños, cortados y ordenados por mi madre, dos sin azúcar, para el abuelo -porque con casi 90 años uno no tiene porqué dejar las costumbres-, dos para el resto. No confío en los villancicos porque les falta una rima de obligación y no me explican la razón de que ayer, hoy, tenga que estar sentada en esa silla, una bandeja de comida de fiesta, una sonrisa falsa de aquí-no-pasa-nada y el escenario de que ayer y hoy somos mejores porque compartimos mantel de fiesta.

¿Tanto cuesta entender que no me interesan las cenas y comidas familiares y forzosas? Prefiero mi salón, mi mesa negra, las luces de mi árbol, mirar las piezas de mi Nacimiento, quedar con mi amiga para buscar la figura del pastor que me falta, el brillo de mis propias guirnaldas amarillas y rojas y el calor de mis radiadores blancos. Ayer, hoy, toca ser felices. Yo prefiero mañana, pasado, al otro, marcar con rotulador el calendario nuevo de mi cocina: hoy mejor que ayer, menos que mañana.

sábado, 24 de diciembre de 2011

3, 2, 1. Nochebuena.


Esta vez que acordé de comprar el papel con estrellas para el fondo, encontré una cinta plateada para el borde, busqué unos ángeles para la corte celestial y arreglé la mano del segundo pastor. Él y Niña Pequeña pusieron el árbol de Navidad, pero yo siempre he preferido el Nacimiento: las figuras nis recuerdan a aquellas personas que pudieron vivir en directo la llegada del Salvador.


Agradezco a mis vecinos de arriba, los de los chalets de la cuesta, las hojas de sus pinos; a los de al lado, las ramas de las hogueras, y a los de la obra del final de la calle, las piedrecitas del camino.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Pero mira cómo beben los peces.

Suena una vez más el CD de los villancicos infantiles, que sustituye a la música ambiental del salón de mi casa -mucho más tranquila y relajante con sus pajaritos y cascadas...

- Mamá -dice Niña Pequeña.
- ¿Hum?
- Mamá, los peces en el río -afirma.
- ¿Qué les pasa? -pregunto, levantando la mirada de la página de mi libro. He leído tres veces ya la misma línea.
- Pues que está mal, mamá, eso no puede ser -contesta, poniéndose en jarras delante de mí.
- ¿Por qué? Pero miiiiira cómo beeeeben, los peeeeces en el riiiiiío... -empiezo a cantar.
- Eso, mamá, eso es lo que está mal -afirma, poniéndome un dedo regordete en los labios.- ¿No ves que si beben y vuelven a beber se quedarán sin agua del río y dónde irán entonces?

Claro. Si es que es verdad...



lunes, 19 de diciembre de 2011

A veces se oye "gracias".

Tengo alumnos que no son luminosos; de hecho, la mayoría no lo son. Las clases en las que entro -y en las que no- están ocupadas por adolescentes que se aburren y otros que no, o que entienden lo que leen y otros que admiten que se lían con tantas letras. Hay alumnos rebeldes, protestones, armados con coraza hasta los dientes -no sea que te enteres de que son débiles-, rabiosos, dulces, tiernos, responsables, adormilados -el de la esquina de la clase del fondo no lo es: se duerme del todo con frecuencia-; los hay absentistas y otros que no presentan ni un retraso en su pulcra hoja de asistencia. De los que estudian, de los que no, de los que quisieran ya trabajar, de los voluntariosos, líderes, soberbios, cercanos, solidarios, con tendencia a llorar, a gritar, a humillar o a hablar por hablar.

Hoy hablaba largo rato con una alumna que no es luminosa, ni especialmente trabajadora, ni tierna de entrada. Es rabiosa porque yo también lo sería si algunas cosas de la vida me hubieran tratado así, pero es una líder nata y defensora de las causas perdidas -aunque no vayan con ella. Mi alumna sabe que le cuesta estudiar, que es difícil, que le lleva mucho tiempo y que, a veces, hasta le viene grande. No es gran oradora, pero se hace escuchar. No es brillantemente atractiva, pero sabe cómo hacerse ver. Y no tiene un saco de palabras acertadas del que echar mano en cualquier situación, pero suele ir con la verdad por delante. Hoy hablaba con ella porque había metido la pata y se le rompía el rímel de llorar; pataleaba, protestaba y se dejaba llevar por la ira irracional -como todas las iras, en el fondo- como sólo un adolescente enrabietado sabe hacerlo: hasta el fondo, para siempre y de forma irremediable. No tenía toda la razón en lo que decía, pero le dolía por dentro, así que de vez en cuando sí le di la razón, porque, como ella me decía, no hay derecho.

Hoy ha sido un día pesado, lento, de esos de cuando están a punto de llegar las vacaciones, pero cuando mi alumna cerró la puerta de mi despacho para volver la clase le brillaron los ojos al decirme gracias. Por dentro se las di yo a ella.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Días de evaluación.

No sé qué les depararán las Musas hoy a mis alumnos, y a lo largo de este fin de semana; tal vez Clío tenga algo de piedad con ellos y les permita aprobar...

Estos dos días en mi cuaderno de notas irán apareciendo las calificaciones de la primera evaluación de todos mis alumnos.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

No voy a luchar contra la persiana.

Se ha roto la persiana del cuarto de Niña Pequeña: exactamente, dos láminas superiores, que permiten pasan mínimamente la luz, pero impiden la apertura total de la ventana. Se ha caído, sí, casi todo el conjunto de la persiana, tras el estor y entre la doble ventana que nos aísla del frío, mientras que el resto se ha liado sobre sí mismo y escondido en el tambor, a salvo de miradas indiscretas. La habitación de Niña Pequeña es ahora un pequeño rincón donde las sombras se intentan adueñar poco a poco del baúl de juguetes y la pizarra magnética, mientras que la luz atraviesa esperanzada entre el hueco de las dos láminas.

- Mamá -llama, mientras se tapa con el edredón rosa, preparada para dormir ya.
- ¿Hum? -contesto, al mismo tiempo que recojo la ropa para la lavadora.
- Mamá, enciéndeme las luces de Hellokitty, que no veo -pide, señalando la fila de minúsculas caritas luminosas que le regaló su padrino por su cumpleaños.

Hoy ganará aliados de colores la luz que se cuela entre las láminas rotas. Abajo brilla la farola del patio comunitario.

lunes, 12 de diciembre de 2011

El juego del tesoro.

Una de las cosas que más me molesta es que me cambien de sitio las cosas en el supermercado. Es como ir a la casa de toda la vida, la de tus padres o la de tus abuelos, y descubrir que la foto aquella ya no está en la tercera estantería de la derecha, que alguien decidió pintar el cuarto azul en blanco sin consultarte a ti antes -que para eso era el tuyo hasta que te fuiste- o poner una cadena de televisión en la que ya no está tu serie favorita.

Por eso esta tarde mi desconcierto al ver las bolsas de patatas enfrente de las latas de atún se volvía en enfado progresivo a medida que avanzaba entre los pasillos. ¿Qué lógica es que la permite colocar el pan de molde en diagonal directa con los refrescos azucarados o deja que una mano invisible esconda el papel de aluminio junto a estanterías repletas de comida para perros? ¿Dónde se ha visto que el agua mineral se muestre ahora impoluta enfrente de los yogures, cuando de toda la vida estaba junto a latas de refrescos y botellas de vino?

Ah, nononono, es que así yo no puedo. Si en el supermercado de emergencia de la cuesta de mi casa ahora juegan conmigo al despiste, no sé dónde vamos a parar. No puedo estar diez minutos buscando la sal que las madres que preparan esta semana el Bar Solidario en mi colegio me pedían como agua de mayo para adecentar las pancetas de los bocadillos. Ni mucho menos tener al final que recurrir a una amable señorita para que me indique con paso ágil, pero cansino, dónde se han guardado estas semanas las dichosas servilletas de papel. Acabáramos.

Y encima, no llevaba bolsita de esta de repuesto en la mochila...

viernes, 9 de diciembre de 2011

Qué bien, a la peluquería.

Querida peluquera:

Le agradezco su interés por querer socializarme hoy con el resto de señoras, señoritas y púberes que estaban esta tarde en su establecimiento. Es posible que mi cara de hastío mal disimulado no haya sido lo suficientemente agradecido ante el esfuerzo que ha realizado; pero ya le he comentado en otras ocasiones que yo, sin gafas, no paso ni una hoja de la revista rosa que me ofrece, y que no puedo seguir las amenas conversaciones de sus clientas -no porque no tenga oídos, sino porque ignoro la vida más personal de papel cuché de sus protagonistas.

Sí, sé que lo ha intentado casi todo para convencerme de la bondad de un leve tinte y de lo mucho que mejoraría mi imagen si me dejara crecer de nuevo el pelo hasta la altura de los hombros. Y que tal vez, seguramente, sin duda -vaya- un nuevo corte de pelo desfilado en lateral sería impactante. Si lo sé, claro. Pero, mire, es que yo estoy muy cómoda con mi corte casi masculino, tal vez por costumbre, ¿sabe?, porque la última vez que tuve el pelo largo fue allá hace más de quince años, y yo soy mujer de ideas fijas, una vez que las tengo claras y bien definidas.

Pero no dude que lo podrá intentar con Niña Pequeña, tranquila, porque a ella le encanta eso de sentarse y verse en el espejo, hacerse muecas y responderse con la mirada lánguida que sólo pueden tener las princesas. Ella ha aguantado bien los tirones de pelo y no ha dejado de tocarse su nuevo corte casi a la altura de los hombros, atendiendo a su gran preocupación, como ha dejado claro:

- Mamá, aunque me corten el pelo, ¿mañana podré llevar coletas?

martes, 6 de diciembre de 2011

Presidente de la patronal, ni se le ocurra.

Estimado presidente de la patronal:

Escucho en la medida que el ruido de mi impresora quema y escupe los papeles que usted no está muy de acuerdo con esto de los días de fiesta de esta semana. He creído oir también que, no sólo propone que las fiestas se cambien a lunes, por no sé qué motivos económicos que justificarían la ventura de movilizar los días de la semana, sino que en esta medida iría incluído el día de Reyes.

Mire usted, estimado presidente de la patronal. Yo no entiendo mucho de economía. Bueno, sí, de la microeconomía de mi casa, que hace que compre marcas blancas y espere a poder oir el tintineo modesto de unos céntimos en mi cartera de final de mes. Ignoro, entonces, si movilizar las fiestas mejoraría el rendimiento económico del país, si sería esta la medida apremiante para solucionar la crisis del largo momento que vivimos. Aunque, ya que estamos, esto de cambiar días de la semana me recuerda a aquello bíblico de querer ser como dioses; no podemos dejar el empeño de manipular a los de nuestro alrededor, que aspiramos a cambiar también de sitio los días de la semana.

Pero que mi hija, sí, que Niña Pequeña no pueda disfrutar de su día de Reyes, de su abrir los regalos el día 6 de enero, de romper de manera impulsiva los papeles brillantes que se resisten, de no saber bien por qué paquete empezar, de no poder comprobar después que la magia ha hecho que los camellos se hayan bebido el agua, Sus Majestades la leche y sólo quede un resto de galleta mordisqueada en el plato bajo el árbol y junto al Belén. Por ahí sí que no paso, estimado presidente de la patronal. Y ya le aviso que, si su medida se llevara a cabo, Niña Pequeña el 6 de enero, fuera martes, jueves o santo viernes, no iría ese día al colegio. Y mire que yo soy profesora, ¿eh? Porque el día de Reyes es sagrado, ¿sabe?

Tal vez usted no tenga ya hijos pequeños, es muy posible que no tenga el miedo metido de no poder escuchar los céntimos de los que le hablaba antes -porque no me cabe duda de que el ruido del papel en su billetera seguro que suena distinto. Pero en aras de mejorar la economía nacional, aumentar la productividad de una semana cuyas festividades caen en martes y jueves una vez cada siete u ocho años o por mejorar el sonido de su billetera, por eso, estimado presidente de la patronal, por ahí no paso. Entiéndase con los Bancos, con sus sesudas señorías, con sus ocupadísimos colegas de duro trabajo. Pero el día de Reyes de mi hija, ese, ni se le ocurra tocarlo.

Un saludo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Catorce horas durmiendo.

Noté la primera dentellada el viernes, entre la primera y la segunda clase. Estaba sola, yo entre la mesa y la silla, la carpeta de las notas abierta descuidadamente a un lado y los trabajos pendientes por corregir desparramados desordenadamente encima del escritorio. Supe que debía ser más rápido que él y me arrastré hacia la tableta de pastillas para el estómago: una ahora, rápido, y otra dentro de sesenta minutos, justo antes de comenzar la siguiente clase.

Los afilados dientes se conviertieron pronto en una pinza que me fulminó la boca del estómago hasta bien pasada la cuarta hora de clase; los alumnos de mi tutoría fueron conscientes de que no podía más.

- Tienes mala cara, profe -me dijo una.
- Lo sé -le contesté, apretándome sin disimulo donde el frío de las punzadas era mayor-, pero resistiré.

Una madre quiso saber de su hija después; me revolví en mi asiento mientras enumeraba los porqués de comportamientos y notas. Las punzadas eran cada vez más agudas, concretas, lacerantes. No podía abusar de nuevo de mis pastillas, condenada por hoy a engancharme al aluminio que otras veces me ha permitido aguantar.

- Tienes mala cara -me dice una compañera-. ¿No te vas a casa?
- No -contesto, intentando suavizar mis pasos para que la mordedura sea menor-, me queda una hora.

Él decide, al saberlo, que deja en el salón la maleta de su inminente viaje. Vamos al médico como quien vuelve de la batalla, a rastras, la mano como el caballero en el pecho, seguramente igual de pálida.

- Negre, tienes inflamada la boca del estómago -me dice el médico de urgencias-. Nada que no se pueda reparar con dieta, tus pastillas y, sobre todo, mucho descanso. Es cansancio, sin duda.

Le oigo a duras penas mientras pienso en mi mochila morada, rebosante de trabajos de alumnos por corregir y tres semanas por delante de último ajetreo de final de trimestre. Él no se va, me obliga meterme en la cama. Niña Pequeña se acerca a ver qué pasa, pues también quiere ser enfermera.

- Papá me va a hacer la cena, mamá -me informa.

Catorce horas después me levanto de la cama. La última vez que dormí más de cinco horas fue cuando volví de un largo viaje desde Honduras.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Y después Él me regaló flores.


Porque todos se acuerdan del cumpleaños de Niña Pequeña, pero nadie felicita a la madre -me dice Él al otro lado del teléfono, mientras miro de nuevo la cesta de flores que me ha enviado al colegio en plena hora punta de clases y alumnos...