Una anécdota casera sobre la lectura pinchando aquí...
domingo, 31 de enero de 2010
La imbatibilidad.
No sé porqué el fin de semana se ha instituído en mi casa como toque de diana para limpieza general; ignoro cómo se nos ocurrió convertir las lentas horas del sábado y las rápidas del domingo en un movimiento orquestado de escoba, fregona, recogedor y útiles para retirar -o cambiar de sitio- el polvo. Qué forma de gastar inútilmente ratos que podrían haber sido mejor aprovechados en cosas provechosas, como leer, pintar o hacer un puzzle...
Y es que la lucha es constante y eterna contra las invasoras del suelo: las pelusas. Dueñas absolutas de los rincones ignotos de la casa, se desenvuelven con facilidad, eludiendo la escoba y en ocasiones, hasta el aspirador. Se baten cobardes en retirada bajo la cama cuando oyen aproximarse las cerdas de la escoba, escondidas detrás de los cables o yo pienso que hasta entre las sábanas, tal es su astucia e instinto de supervivencia. Son, creo, lo que las cucarachas al reino animal: indestructibles, imbatibles, feroces en su anhelo de sobrevivir pase lo que pase.
Un fin de semana más, he luchado contra ellas. A esta hora me creo que he vencido, al ver todo reluciente y limpio. Pero no me cabe duda: allí, en algún punto, están ellas: las pelusas.
Y es que la lucha es constante y eterna contra las invasoras del suelo: las pelusas. Dueñas absolutas de los rincones ignotos de la casa, se desenvuelven con facilidad, eludiendo la escoba y en ocasiones, hasta el aspirador. Se baten cobardes en retirada bajo la cama cuando oyen aproximarse las cerdas de la escoba, escondidas detrás de los cables o yo pienso que hasta entre las sábanas, tal es su astucia e instinto de supervivencia. Son, creo, lo que las cucarachas al reino animal: indestructibles, imbatibles, feroces en su anhelo de sobrevivir pase lo que pase.
Un fin de semana más, he luchado contra ellas. A esta hora me creo que he vencido, al ver todo reluciente y limpio. Pero no me cabe duda: allí, en algún punto, están ellas: las pelusas.
viernes, 29 de enero de 2010
Protegida de ataques sin coraza.
Siempre que mi marido me habla de su trabajo, lleno de gente enferma -muy enferma- y rota -muy rota-, no sé bien qué pensar. Porque sus cosas atacan mi conciencia y rompen mi corazón, al que suelo tener protegido de ataques, pero deseoso de saber las cosas del exterior.
He conocido gente rota y he trabajado con ella: enfermos de sida con los que se podía jugar a las cartas y entre los que yo reclamaba su parte de dignidad, drogadictos en plena ansiedad carcomidos por un mono del que no lograban escapar, mujeres y hombres de la calle, mendigos del centro de Madrid, minorías desprotegidas donde las mujeres valían menos que nada a cualquier hora... Endurecí entonces -hace ya casi 12 años de esos primeros encuentros- mi corazón porque el mundo no respondía a las necesidades de estas personas, y luego yo por dentro lloraba de rabia e impotencia al no poder tener entre mis manos la casa de acogida que sacaría a la joven prostituta de la calle y decirle que era digna de un amor de verdad, por ejemplo... Guatemala, Honduras y El Salvador me llenaron los ojos de realidades que parecen sólo mínimas noticias de telediario europeísta cuando vuelves aquí.
Por eso, cuando mi marido me habla de su trabajo y hace llegar a casa las familias con enfermos tan graves, muchos de ellos con problemas genéticos y degenerativos que ya no tienen solución, deseo, tal vez, poder viajar en el tiempo, dar marcha atrás, retocar con trazo grueso algunos puntos de mi vida y repensar dónde hago más falta. O si, realmente, hago falta entre adolescentes que patrullan la red e ignoran la inmensa suerte que tienen, aun cuando piensen que no lo tienen ya todo.
He conocido gente rota y he trabajado con ella: enfermos de sida con los que se podía jugar a las cartas y entre los que yo reclamaba su parte de dignidad, drogadictos en plena ansiedad carcomidos por un mono del que no lograban escapar, mujeres y hombres de la calle, mendigos del centro de Madrid, minorías desprotegidas donde las mujeres valían menos que nada a cualquier hora... Endurecí entonces -hace ya casi 12 años de esos primeros encuentros- mi corazón porque el mundo no respondía a las necesidades de estas personas, y luego yo por dentro lloraba de rabia e impotencia al no poder tener entre mis manos la casa de acogida que sacaría a la joven prostituta de la calle y decirle que era digna de un amor de verdad, por ejemplo... Guatemala, Honduras y El Salvador me llenaron los ojos de realidades que parecen sólo mínimas noticias de telediario europeísta cuando vuelves aquí.
Por eso, cuando mi marido me habla de su trabajo y hace llegar a casa las familias con enfermos tan graves, muchos de ellos con problemas genéticos y degenerativos que ya no tienen solución, deseo, tal vez, poder viajar en el tiempo, dar marcha atrás, retocar con trazo grueso algunos puntos de mi vida y repensar dónde hago más falta. O si, realmente, hago falta entre adolescentes que patrullan la red e ignoran la inmensa suerte que tienen, aun cuando piensen que no lo tienen ya todo.
jueves, 28 de enero de 2010
Deseo a flor de piel.
Noto cómo cada centímetro, no: cada milímetro de su piel se acerca a mí, intentado tal vez rodearme. Su cuerpo se aproxima al mío poco a poco, casi de forma imperceptible, ocupando mi espacio y el suyo, intentando hacerlo uno. Quiero alejarme, pero no puedo: está tan cerca que cualquier movimiento que haga sería capaz de anularlo con sólo mover una mano. Miro por la ventana -quiero hacer como que no pasa- en un intento por disimular y hacerlo desaparecer, temiendo su proximidad, viendo que se acerca por mi derecha...
Lo comprendo, en el fondo sé lo que le pasa conmigo y soy consciente de lo que le ocurre a él: es el cansancio, el tener que esperar todo el día, el ajetreo del día acumulado y el deseo a flor de piel de llegar... No lo comparto: quiero mi tiempo, mi espacio, estos minutos y este lugar para mí sola y dedicarlo a mí misma. No deseo su compañía, pero no lo percibe. El silencio que nos envuelve crea una burbuja que le aisla en su pretensión de todos los que nos rodean.
Pero lo entiendo. Sí, porque eso mismo me ha pasado a mí otras veces. Es empatía en la distancia, tal vez. Lo comprendo...
...
El hombre que se ha sentado a mi lado en el autobús hoy se ha quedado dormido; su sueño era tan profundo que las curvas le acercaban una y otra vez a mí y un simple gesto mío, sin embargo, le bastaba para revolverse en su asiento e intentar mantener un somñoliento equilibrio hasta llegar a su destino.
martes, 26 de enero de 2010
Las líneas de batalla del patio del colegio.
Hoy hacía frío en el patio y la sensación gélida era más que notable. Me ha tocado vigilar -¿el qué, a los adolescentes?- y estaba enfundada con gorro, guantes, bufanda enorme de lana y buenas botas; perfectamente equipada para media hora de frío, nieve y ver los goterones que caían entonces desde el tejado.
Pero allá estaban ellos. Los poquísimos grados temblando apenas sobre la frontera del cero, pero no parecía importarles -a uno sí, sin embargo: "profe, diles que paren de tirarme bolas de nieve". ¿Cómo hacerle comprender que eso es inevitable, que el patio estaba lleno de munición dispuesta para treinta cortos minutos de batalla campal? Con bandos poco definidos, todos contra todos, se han dispuesto las dos líneas del frente, sin tierra de nadie de frontera más o menos clara; uno daba claros rodeos con dos bolas en sendas manos, dispuesto -imagino- a pillar por sorpresa al enemigo por la espalda.
Eso sí, varios, muchos, en jersey, uno incluso con camiseta de manga corta, enfrentándose con valentía a la Reina de las Nieves, si fuera preciso. ¿Y los abrigos? Luego, claro, tal vez mañana, resfriados. Una no aguantó ni al final de la mañana...
Pero allá estaban ellos. Los poquísimos grados temblando apenas sobre la frontera del cero, pero no parecía importarles -a uno sí, sin embargo: "profe, diles que paren de tirarme bolas de nieve". ¿Cómo hacerle comprender que eso es inevitable, que el patio estaba lleno de munición dispuesta para treinta cortos minutos de batalla campal? Con bandos poco definidos, todos contra todos, se han dispuesto las dos líneas del frente, sin tierra de nadie de frontera más o menos clara; uno daba claros rodeos con dos bolas en sendas manos, dispuesto -imagino- a pillar por sorpresa al enemigo por la espalda.
Eso sí, varios, muchos, en jersey, uno incluso con camiseta de manga corta, enfrentándose con valentía a la Reina de las Nieves, si fuera preciso. ¿Y los abrigos? Luego, claro, tal vez mañana, resfriados. Una no aguantó ni al final de la mañana...
lunes, 25 de enero de 2010
Emanación. Efluvio. Fragancia. Perfume.
Sé que otras ocasiones me he quejado de las colonias... Con frecuencia un exceso de aroma a mi alrededor me distrae de mis tareas -algo que no puedo soportar.
Pero el otro día -siempre es el otro día, que es como decir ayer o incluso antes- me paralizó; pude ver sus ramificaciones. Se hacían ondas, envolvían los cuerpos de los árboles, ondulaban por la fachada más cercana y torcían a la derecha, cerca del semáforo -ese, uno de los que más veces he atravesado en mi vida. Dejaba la fragancia un suave dulzor que se resistía a abandonar la acera y perseguía como un velo a su dueña, la sobrepasaba, se dejaba llevar por el aire frío, ronroneaba, verdeaba incluso en olas suaves -yo, que siempre preferí el bravío del Cantábrico.
Caí rendida a su poder, prometiendo aprender -y aprehender, que es más difícil, aunque sea sólo por su hache intercalada- la raíz de aquel efluvio y encasillarlo en un rincón de mi cabeza. Saborearlo después y añorarlo. Quizá.
Pero el otro día -siempre es el otro día, que es como decir ayer o incluso antes- me paralizó; pude ver sus ramificaciones. Se hacían ondas, envolvían los cuerpos de los árboles, ondulaban por la fachada más cercana y torcían a la derecha, cerca del semáforo -ese, uno de los que más veces he atravesado en mi vida. Dejaba la fragancia un suave dulzor que se resistía a abandonar la acera y perseguía como un velo a su dueña, la sobrepasaba, se dejaba llevar por el aire frío, ronroneaba, verdeaba incluso en olas suaves -yo, que siempre preferí el bravío del Cantábrico.
Caí rendida a su poder, prometiendo aprender -y aprehender, que es más difícil, aunque sea sólo por su hache intercalada- la raíz de aquel efluvio y encasillarlo en un rincón de mi cabeza. Saborearlo después y añorarlo. Quizá.
domingo, 24 de enero de 2010
Un perro paseando...
viernes, 22 de enero de 2010
No pasa el tiempo para un profesor.
Me sorprendía esta mañana observando a unas alumnas en una clase; no tienen conmigo una relación especialmente buena ni tampoco especialmente mala -de hecho, percibo, más bien, una cierta sintonía con una de ellas.
No me fijaba en ellas por nada en especial: había acabado prácticamente mi clase, el tutor me había pedido unos minutos para comentar unas cosas y allí me encontraba yo, apoyada en el radiador, escuchando, mirando o examinando -como me dicen a veces ellos...
Pero estas alumnas tenían nombre, apellidos, una cara a la que asociar el sonido de sus voces, un número de lista que hace tiempo que he dejado atrás -no me gusta nada reconocer a los alumnos por su posición en un parte de clase... Me sorprendía recordando cómo era yo con sus años, mis inquietudes, mi curiosidad por aprender algunas cosas -una de esas alumnas, además, es mágicamente curiosa y todo sonrisas en clase, lo cual, con frecuencia, sin que ella lo sepa, me anima, no es algo habitual eso...-, hasta mis ganas con frecuencia de caer bien a uno u otro profe porque me resultaba simpático. Cuantísimo les queda por vivir y aprender aún, me he dicho.
Cuánto les queda, más bien, a todos estos adolescentes que me rodean diariamente. Con frecuencia me doy cuenta de que un profesor está como estacado en el tiempo, metido en un mundo que palpita siempre con los mismos anhelos de jóvenes con edades año tras año repetidas. Ellos mejoran, crecen, se van del colegio, casi siempre maduran, pero mientras que el tiempo se enreda más allá de los cristales de mi tutoría anual, yo siempre veo la misma adolescencia bullendo en las clases. El tiempo no pasa para un profesor.
Lo cual, claro, sería una suerte si yo no comprobara, cada día de mi cumpleaños, que ya devoré otro...
No me fijaba en ellas por nada en especial: había acabado prácticamente mi clase, el tutor me había pedido unos minutos para comentar unas cosas y allí me encontraba yo, apoyada en el radiador, escuchando, mirando o examinando -como me dicen a veces ellos...
Pero estas alumnas tenían nombre, apellidos, una cara a la que asociar el sonido de sus voces, un número de lista que hace tiempo que he dejado atrás -no me gusta nada reconocer a los alumnos por su posición en un parte de clase... Me sorprendía recordando cómo era yo con sus años, mis inquietudes, mi curiosidad por aprender algunas cosas -una de esas alumnas, además, es mágicamente curiosa y todo sonrisas en clase, lo cual, con frecuencia, sin que ella lo sepa, me anima, no es algo habitual eso...-, hasta mis ganas con frecuencia de caer bien a uno u otro profe porque me resultaba simpático. Cuantísimo les queda por vivir y aprender aún, me he dicho.
Cuánto les queda, más bien, a todos estos adolescentes que me rodean diariamente. Con frecuencia me doy cuenta de que un profesor está como estacado en el tiempo, metido en un mundo que palpita siempre con los mismos anhelos de jóvenes con edades año tras año repetidas. Ellos mejoran, crecen, se van del colegio, casi siempre maduran, pero mientras que el tiempo se enreda más allá de los cristales de mi tutoría anual, yo siempre veo la misma adolescencia bullendo en las clases. El tiempo no pasa para un profesor.
Lo cual, claro, sería una suerte si yo no comprobara, cada día de mi cumpleaños, que ya devoré otro...
jueves, 21 de enero de 2010
No le caigo bien a mi cartero.
128 casas, 128 familias. A una media de 4 personas por familia en cada casa -media, obviamente, porque entre los tres hijos de mi vecino y la mía única, ya equilibramos el asunto-, 512 personas. 512 vecinos aproximadamente, tal vez más, no sé con seguridad.
Son mis vecinos, a los que conozco de vista, de reojo, de oídas -por aquello de que la música del de al lado a veces está alta-, algunos son amigos. 512 personas que cada semana o dos semanas recibirán cartas y noticias, no siempre por correo electrónico -supongo que quedará algún nostálgico que aún rebusque sobre y sello.
512 personas que están, estamos, a expensas de un cartero. Del cartero que pasa por mi barrio. Que pasaba, más bien, porque decidió hace tres meses no hacer este recorrido, y desde entonces los 512 -128 familias, 128 casas- tenemos que ir, periódicamente, a la central de Correos a preguntar, todo lo amablemente que las circunstancias nos dejan, si hay cartas para nosotros. Y es que a este cartero ha dicho, claramente -es un cartero muy agradable: con frecuencia nos deja sus quejas, múltiples, en un papel colgado de mala manera en la cristalera del portal- que no va a volver porque aquí no vive nadie, ya que cuando llama para pedir que le abran la puerta principal, nadie contesta.
Por lo que me abruman las reflexiones sobre este hecho y he sacado mis conclusiones:
Son mis vecinos, a los que conozco de vista, de reojo, de oídas -por aquello de que la música del de al lado a veces está alta-, algunos son amigos. 512 personas que cada semana o dos semanas recibirán cartas y noticias, no siempre por correo electrónico -supongo que quedará algún nostálgico que aún rebusque sobre y sello.
512 personas que están, estamos, a expensas de un cartero. Del cartero que pasa por mi barrio. Que pasaba, más bien, porque decidió hace tres meses no hacer este recorrido, y desde entonces los 512 -128 familias, 128 casas- tenemos que ir, periódicamente, a la central de Correos a preguntar, todo lo amablemente que las circunstancias nos dejan, si hay cartas para nosotros. Y es que a este cartero ha dicho, claramente -es un cartero muy agradable: con frecuencia nos deja sus quejas, múltiples, en un papel colgado de mala manera en la cristalera del portal- que no va a volver porque aquí no vive nadie, ya que cuando llama para pedir que le abran la puerta principal, nadie contesta.
Por lo que me abruman las reflexiones sobre este hecho y he sacado mis conclusiones:
- Mi cartero se pasa media mañana llamando a todas y cada una de las 128 casas pidiendo que le abran. No tengo vecinos, nadie le abre (ni siquiera yo, cuando en vacaciones, las mías de profesora, esas eternas que fastidian tanto, estaba en mi casa...)
- A mi cartero tal vez no le gusten las últimas obras del jardín y su sensibilidad se ve atacada. Ya se sabe: donde hay niños pequeños, la estética es diferente...
- Mi cartero no quiere trabajar. Punto.
- Y eso sí, yo llevo esperando una carta desde el 25 de junio (en Correos me dijeron que era imposible, porque su servicio nunca falla).
- Si mañana no voy a trabajar, ni al otro, ni al otro -para mayor gloria y pena de mis alumnos, claro-, ¿nadie me dirá nada? No sé. Igual perdería el trabajo...
martes, 19 de enero de 2010
Aquellos maravillosos años de... (4)
Dedicado a esos peatones que compartieron conmigo unos minutos de su vida ayer por la tarde. Sí, al chico de los pantalones pitillo, las tres francesas con zapatillas de deporte... con tacón -será algo chic en Francia, tal vez-, el que se saltó con su moto el cruce y la treintena de personas que hacían cola conmigo para cruzar el semáforo ante un gran centro comercial de la populosa Madrid:
domingo, 17 de enero de 2010
Ayer estuve en Londres.
Ayer estuve en Londres. Tuve suerte, porque encontré un vuelo barato -por casualidad- que me dio derecho a apoltronarme en la butaca y mirar, por el mismo precio, por la ventana, dejando viajar también mi imaginación... Hacía tiempo que no me paseaba por allí -y es una lástima, porque Londres es una ciudad que me trae, a manos iguales, buenos y peores recuerdos... Lo cierto, además, es que en este viaje mi marido y yo no íbamos a ir solos, sino con un buen amigo, pero en el último momento le surgió una de esas cosas inesperadas que no se pueden calcular...
No importó, porque ir a Londres es siempre una sorpresa y un gusto, a pesar de que no siempre luzca el sol... Pero Londres, este Londres en el que yo estuve ayer tenía el regusto de un viaje poco frecuente y la tranquilidad de un tiempo sólo para mí, incompartido y personal. Yo, que no suelo tener mucho tiempo libre y que además, divido ese poco tiempo en mil actividades, disfruto con pasión esos ratos de mi propiedad como si fueran los últimos. Porque nunca se sabe cuándo volveré a Londres...
Y es que ayer mi viaje a Londres me costó sólo 5 euros, ya que era el día del espectador y mi marido y yo pudimos ir al cine a ver la última película de Sherlock Holmes... Londres, 1887...
Y para saber algo sobre este personaje, puedes conocerlo aquí.
No importó, porque ir a Londres es siempre una sorpresa y un gusto, a pesar de que no siempre luzca el sol... Pero Londres, este Londres en el que yo estuve ayer tenía el regusto de un viaje poco frecuente y la tranquilidad de un tiempo sólo para mí, incompartido y personal. Yo, que no suelo tener mucho tiempo libre y que además, divido ese poco tiempo en mil actividades, disfruto con pasión esos ratos de mi propiedad como si fueran los últimos. Porque nunca se sabe cuándo volveré a Londres...
Y es que ayer mi viaje a Londres me costó sólo 5 euros, ya que era el día del espectador y mi marido y yo pudimos ir al cine a ver la última película de Sherlock Holmes... Londres, 1887...
Y para saber algo sobre este personaje, puedes conocerlo aquí.
jueves, 14 de enero de 2010
El desarrollo de una feroz batalla.
Llovía ayer en la tarde; la ciudad, mi ciudad, se deshacía en regueros llorando.
Y en la acera se desarrollaba una encarnizada lucha, febril, casi sanguilonenta: el espacio es poco, mi paraguas, mayor.
Me batía yo con mis compañeros de espacio peatonal en feroz batalla por un poco más de espacio ante el semáforo del centro comercial, esquivando inocentes comparsas que se dejaban llevar por la melancolía del momento de lluvia tras los cristales, ausentes al forcejeo desplegado junto a ellos.
Mis contrincantes, además, sabían, seguro, mi punto débil: mi campo visual estaba disminuído -no podía desarrollar, por tanto, toda mi estrategia y defender mis posiciones en la acera mojada. Mis gafas, cubiertas de minúsculas gotas de lluvia...
Y en la acera se desarrollaba una encarnizada lucha, febril, casi sanguilonenta: el espacio es poco, mi paraguas, mayor.
Me batía yo con mis compañeros de espacio peatonal en feroz batalla por un poco más de espacio ante el semáforo del centro comercial, esquivando inocentes comparsas que se dejaban llevar por la melancolía del momento de lluvia tras los cristales, ausentes al forcejeo desplegado junto a ellos.
Mis contrincantes, además, sabían, seguro, mi punto débil: mi campo visual estaba disminuído -no podía desarrollar, por tanto, toda mi estrategia y defender mis posiciones en la acera mojada. Mis gafas, cubiertas de minúsculas gotas de lluvia...
martes, 12 de enero de 2010
La nieve es evangélica.
Caminar bajo la nieve tiene algo de evangélico, casi, un síesnoes inspiradoramente neotestamentario...
Caminar hoy bajo la nieve era ir siguiendo las pisadas de otros, para evitar caer. Era fijarse en las huellas de los que me habían precedido en mi camino desde el autobús a mi casa, personas anónimas, invisibles, ausentes o incorpóreas, pero que dejaron las huellas de sus pasos en la nieve para que yo pudiera caminar son tropiezos hasta donde me esperaba mi familia.
Caminar hoy bajo la nieve era fijarse en el hielo, donde las huellas, en su momento de crisis, no estaban, desaparecían, pulían una y otra vez la dificultad de cualquier caminante.
La niebla no permitía ver casi ni la acera que me esparaba al otro lado de la calle, pero allí estaban restos blancos y silenciosos de otros que, evangélicamente, me dejaban el testimonio de su pisar y andar por donde yo, más tarde, cogería su testigo...
Caminar hoy bajo la nieve era ir siguiendo las pisadas de otros, para evitar caer. Era fijarse en las huellas de los que me habían precedido en mi camino desde el autobús a mi casa, personas anónimas, invisibles, ausentes o incorpóreas, pero que dejaron las huellas de sus pasos en la nieve para que yo pudiera caminar son tropiezos hasta donde me esperaba mi familia.
Caminar hoy bajo la nieve era fijarse en el hielo, donde las huellas, en su momento de crisis, no estaban, desaparecían, pulían una y otra vez la dificultad de cualquier caminante.
La niebla no permitía ver casi ni la acera que me esparaba al otro lado de la calle, pero allí estaban restos blancos y silenciosos de otros que, evangélicamente, me dejaban el testimonio de su pisar y andar por donde yo, más tarde, cogería su testigo...
lunes, 11 de enero de 2010
Tempus non fugit.
El tiempo no se va. No se ha ido de mi colegio. Ha quedado retenido en un reloj de pasillo que marca las doce menos diez... Es una hora eterna -podría ser torera, pero no- que fue capturada hace años, nunca nadie arregló ese reloj. Se han quedado los minutos colgando con tranquilidad entre sus manillas y sus esfera nos mira con aire ausente a los que regresábamos al trabajo en medio de la nieve.
domingo, 10 de enero de 2010
Los libros son piezas de cazador.
No se me había ocurrido que los libros podían ser objeto de exposición cotidiana en mi casa hasta que ayer unos amigos me decían así me gusta ver los libros, todos colocados en el salón... Sentía yo aires de cazador enseñando sus últimas piezas, mientras que el marido de ella atendía con curiosidad los lomos de algunos ejemplares, él diciendo claro, si compras un libro, no lo vas a tirar. Con horror escuchaba yo... ¿Y has leído todos?
Ganas me dieron de contestar que, además, esos libros tenían letras y todo...
Vuelve...Ganas me dieron de contestar que, además, esos libros tenían letras y todo...
viernes, 8 de enero de 2010
¿Por qué una tormenta de nieve tiene que ser noticia?
Si ayer hablaba del grave problema estatal que supone que los profesores tengan vacaciones -es decir, que el problema no es que las tengan, como me corregían hoy, sino que no coincidan con las de las familias- aquí, hoy el temporal que nos azota se ponía de parte de la escuela, y miles de escolares no podían acudir a las aulas, según se indica aquí. Es decir, que tal vez Set -dios de las tormentas entre los antiguos egipcios- se ha aliado con nosotros en contra de todas las familias...
¿Cómo es que a nadie se le ha ocurrido que los profesores fueran a la casa de cada uno de los alumnos, para evitar que semejante desfachatez -digo, lo de seguir sin clase- se prolongara? Habrase visto...
Yo, por si acaso, ya aproveché estas terribles -estupendas, bienhalladas, bienvenidas- vacaciones navideñas para preparar clases, trabajos, actividades varias y otros quehaceres más o menos burocráticos que quedan ocultos más allá de las aulas... y que sin los cuales, tal vez, no podríamos ni entrar en el aula -aquí, en Madrid, el próximo lunes, Dios mediante.
¿Cómo es que a nadie se le ha ocurrido que los profesores fueran a la casa de cada uno de los alumnos, para evitar que semejante desfachatez -digo, lo de seguir sin clase- se prolongara? Habrase visto...
Yo, por si acaso, ya aproveché estas terribles -estupendas, bienhalladas, bienvenidas- vacaciones navideñas para preparar clases, trabajos, actividades varias y otros quehaceres más o menos burocráticos que quedan ocultos más allá de las aulas... y que sin los cuales, tal vez, no podríamos ni entrar en el aula -aquí, en Madrid, el próximo lunes, Dios mediante.
jueves, 7 de enero de 2010
¿Qué culpa tengo yo de disfrutar de vacaciones?
En realidad me he aproximado a mi teclado para hablar del día-después-de-Reyes, de la generosidad de Sus Majestades para acabar las vacaciones de buen ánimo y agradecer sobremanera que no hayan tenido en cuenta las dificultades, problemas y salidas de tono del año pasado...
Vamos, sobre esto tenía pensado comentar algunas cosas, decorarlas con palabras, retocarlas, ponerle colores y publicar, para dar paso a otros quehaceres cotidianos propios de un jueves por la mañana, acompañada de mi hija, que hoy está tan tranquila jugueteando con sus cosas.
Pero no va a poder ser -tal vez lo intente en otra ocasión. Y es que hoy he vuelto a escuchar -por enésima vez en estas mis vacaciones- la muletilla de las vacaciones de los profesores. Y, claro, ya me he hartado. Algunos comentarios navideños han venido de mis vecinos -ya hablé de esto, por ejemplo, aquí, donde una proponía una estupenda idea sobre la reconciliación laboral, la suya, y la familia, la suya, claro.
Y se me ocurren algunas soluciones a este grave problema de que los profesores -como cualquier hijo de vecino trabajador- tenga derecho a sus vacaciones:
- primera solución: el padre/madre que protesta sobre ello, puede dedicar sus esfuerzos a no criticar, coger los libros, estudiar Magisterio o una Licenciatura acorde, después de los cuales, previa presentación del Título correspondiente y el Certificado de Aptitud Pedagógica, se lanzará a buscar trabajo en un colegio no público o, en su defecto, preparar unas oposiciones para la Administración. Si elige mis estudios, por ejemplo, ya le digo que 72 temitas en el examen en cuestión. Nada más fácil: ya tiene las vacaciones de un profesor; del trabajo, ya hablaremos, pero como no contamos, pues eso da igual: lo puede hacer cualquiera... Hay que ser... en fin... para criticar las vacaciones (no hablemos del trabajo) y no luchar por conseguir lo mismo...
- segunda solución: el padre/madre que protesta sobre ellos, puede dedicar sus esfuerzos a no criticar y entrar un tiempito en una clase. Así libera al profesor de turno y se pone en su piel. Porque como me han dicho estas vacaciones, dar clase no es tan difícil.
- tercera solución: el padre/madre que protesta sobre ellos, puede dedicar sus esfuerzos a no criticar y sacar a sus hijos del sistema educativo, entregándose a la tarea de meter conocimientos en la cabeza de sus retoños desde casa. Y los críos, por libre. Eso sí, no le auguro buenas relaciones con los Servicios Sociales.
- cuarta solución: el padre/madre que protesta sobre ellos, puede dedicar sus esfuerzos a no criticar y admitir que tiene envidia... Es un buen propósito de principio de año sincerarse e intentar ver más allá de las propias narices; mira por dónde, ¿acaso yo le critico en su trabajo? O es que, a lo mejor, le incomoda tener que ocuparse de su hijo, una vez que la guardería estatal cierra por vacaciones...
Eterna discusión... Por eso a mi hija, que juega últimamente a ser profe de nenes, le digo que ni se le ocurra dedicarse a eso de mayor -y eso que yo misma soy hija de maestro. No sea que escuche en su vida profesional grandes perlas como ¿quién es usted para mandarle a mi hijo hacer un examen de recuperación? o no estoy de acuerdo con la nota que le ha puesto a mi hija y exijo ponérsela yo o la nota debería ser puesta consensuada entre profesores y padres. Todas verídicas.
Y mientras se me ocurren otras soluciones, vayan escuchando la banda sonora de una de mis series favoritas (dedicado a los Reyes Magos, que ayer me lo dejaron en mi zapato):
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martes, 5 de enero de 2010
Noche de cuento y magia.
Hoy son tus ojos, Niña Pequeña, el cielo y sus estrellas. Todo el deseo en la expectación de un dibujo y un zapato, galletas y leche previstas para Sus Majestades. Todo, pues, dispuesto para recibir sueños envueltos en papel de colores.
Esta noche es la mágica de los cuentos de príncipes y princesas; esta noche, la de los adultos que sueñan con ser un poco más niños.
Esta noche es la mágica de los cuentos de príncipes y princesas; esta noche, la de los adultos que sueñan con ser un poco más niños.
Felices Reyes.
lunes, 4 de enero de 2010
Usando jergas.
Cada profesión tiene su jerga, no me cabe duda; y los no iniciados en ella no podemos seguir una sencilla conversación.
Así me pasaba anoche mientras mi marido hablaba por teléfono con alguien de su trabajo. Parte de su trabajo consiste en cuidar en una ruta. A través de la conversación me enteraba de que algunas conocidas calles de Madrid cambiaban de nombre para trocarse por los de los usuarios de esa ruta, las marquesinas de algunos autobuses, por la marca de coche en la que los padres de los cuidandos esperan la llegada de la furgoneta del trabajo y las rotondas y raquetas, por los portales más cercanos del usuario presente de forma paciente en ellas...
Así me pasaba anoche mientras mi marido hablaba por teléfono con alguien de su trabajo. Parte de su trabajo consiste en cuidar en una ruta. A través de la conversación me enteraba de que algunas conocidas calles de Madrid cambiaban de nombre para trocarse por los de los usuarios de esa ruta, las marquesinas de algunos autobuses, por la marca de coche en la que los padres de los cuidandos esperan la llegada de la furgoneta del trabajo y las rotondas y raquetas, por los portales más cercanos del usuario presente de forma paciente en ellas...
Mi marido suele prohibirnos de forma amable a mi amigo Nacho y a mí que hablemos de cosas del trabajo cuando estamos los tres juntos. Entiendo, ahora, porque le pasa entonces lo que a mí ayer ante su inventada red vial madrileña: el vocabulario de mis compañeros profesores está plagado, pues, de competencias, adaptaciones curriculares, pruebas de diagnóstico inicial, apoyo psicopedagógico, red de intranet colegial, criterios de calificación totalizadores o cosas tan misteriosas como aci, cnee's o pga's.
Y además, encima, damos clase.
Y además, encima, damos clase.
domingo, 3 de enero de 2010
Gorro con ventana.
Mi hija, que sueña últimamente con ser una princesa -más concretamente, Cenicienta-, nos sorprendía en casa con su pequeño lenguaje inventado. El frío arreciaba, pero con la intención -sana- de cansarla lo suficiente como para que duerma algo mejor, hemos decidido salir a dar una rápida vuelta, patinete en mano, por el barrio. Indicándole que la Reina de las Nieves va bien abrigada y una princesa como ella, de tan tremenda categoría, no podía ser menos, hemos conseguido embutirla en guantes y bufanda. Eso sí, a la hora de colocarse el gorro, ha dejado bien clara su elección:
- El gorro con ventana no. No me gusta.
Es decir, que no intentemos ponerle nunca más un pasamontañas...- El gorro con ventana no. No me gusta.
sábado, 2 de enero de 2010
Peligroso aroma envolvente...
No puedo evitarlo: me persigue su aroma por toda la casa. No puedo olvidarme de él. Siento su presencia, sus ojos en mi nuca, su presencia firme vaya donde vaya; cada rincón de esta habitación o de aquella está repleto de su nombre, su olor, hasta parece que veo los dorados destellos de su cuerpo casi escultural y trasparente, aun cuando no está conmigo, pero su mero nombre musitado en silencio resulta adictivo. No quiero dejarme llevar por su corriente porque no sé si mi mente será capaz de volver aquí. Sé, sí, lo sé, que cuando vuelva a aparecer no podré menos que mirarle cara a cara y pedirle, una vez más...
No puedo.
Y es que se acerca la mágica noche de Reyes (hoy leía esta noticia sobre ello). El día 6 será el momento en el que todos los españoles oleremos un poco mejor. El aroma y colorido de las colonias y perfumes de los anuncios de los dos últimos días han colmado ya ampliamente mis sentidos.
Por eso le he pedido imperiosamente a mi marido que ni se le ocurra regalarme un frasquito de olorosa emulsión. Por favor. No puedo soportarlo más. ¿Es que soy la única en este país que usa colonias durante el resto del año?
O tal vez es que mi frasco de colonia es más grande y me dura más...
No puedo.
Y es que se acerca la mágica noche de Reyes (hoy leía esta noticia sobre ello). El día 6 será el momento en el que todos los españoles oleremos un poco mejor. El aroma y colorido de las colonias y perfumes de los anuncios de los dos últimos días han colmado ya ampliamente mis sentidos.
Por eso le he pedido imperiosamente a mi marido que ni se le ocurra regalarme un frasquito de olorosa emulsión. Por favor. No puedo soportarlo más. ¿Es que soy la única en este país que usa colonias durante el resto del año?
O tal vez es que mi frasco de colonia es más grande y me dura más...
viernes, 1 de enero de 2010
Los langostinos, reyes de la fiesta.
Dos son los elementos que caracterizan toda la mágica transición entre un año y otro: los langostinos y los petardos.
Los langostinos, rosáceos ellos y con sus ojos negros arrugados de guisantes blandos, son los protagonistas de cualquier mesa que se precie en estas fiestas. ¿Cómo se puede afirmar que las comidas son especiales si no hace acto de aparición una buena fuente rebosante de estos suculentos bichos? Los comensales en cuestión disimularán su avaricia de manjar mientras cogen con sonrisa maliciosa el crustáceo con tres dedos -al modo romano, vaya, pero sin saberlo-, buscarán la cuchara de la mahonesa -acompañante indiscutible del preciado animal- y con mayor o menor fortuna -porque, admitámoslo: quitar la coraza maldita del langostino es una tarea tediosa-, procederán a su deliciosa deglución... Que alguien ose no ofrecer langostinos en Nochebuena o Nochevieja: a falta de alergias, el éxito de la cena será directamente proporcional a su ausencia...
Y luego, sin duda, están los petardos. Atronador festejo que anoche acompañó mi barrio durante 32 largos minutos. Quien no tenga en su casa un niño pequeño con problemas de sueño y susto en el cuerpo no podrá comprender lo mucho que me molestaron esos 32 extensos, eternos e incómodos minutos de petardos; juraría que explotados a pie de mi portal con el único pretexto de impedir que mi hija cogiera el sueño de una vez. Tal vez de la mano de un alumno disconforme con su nota de Sociales, aventuro..., adolescente, sin duda, que anoche decídiría desafiar la tremenda helada nocturna con traje de boda.
De paso, para comenzar el año, el resultado de la última encuesta. ¡Gracias por participar! Los Reyes Magos ganan con 21 votos en abrumadora mayoría a Papá Noel (1 voto). Para saber más sobre Sus Majestades, pinchad aquí.
Los langostinos, rosáceos ellos y con sus ojos negros arrugados de guisantes blandos, son los protagonistas de cualquier mesa que se precie en estas fiestas. ¿Cómo se puede afirmar que las comidas son especiales si no hace acto de aparición una buena fuente rebosante de estos suculentos bichos? Los comensales en cuestión disimularán su avaricia de manjar mientras cogen con sonrisa maliciosa el crustáceo con tres dedos -al modo romano, vaya, pero sin saberlo-, buscarán la cuchara de la mahonesa -acompañante indiscutible del preciado animal- y con mayor o menor fortuna -porque, admitámoslo: quitar la coraza maldita del langostino es una tarea tediosa-, procederán a su deliciosa deglución... Que alguien ose no ofrecer langostinos en Nochebuena o Nochevieja: a falta de alergias, el éxito de la cena será directamente proporcional a su ausencia...
Y luego, sin duda, están los petardos. Atronador festejo que anoche acompañó mi barrio durante 32 largos minutos. Quien no tenga en su casa un niño pequeño con problemas de sueño y susto en el cuerpo no podrá comprender lo mucho que me molestaron esos 32 extensos, eternos e incómodos minutos de petardos; juraría que explotados a pie de mi portal con el único pretexto de impedir que mi hija cogiera el sueño de una vez. Tal vez de la mano de un alumno disconforme con su nota de Sociales, aventuro..., adolescente, sin duda, que anoche decídiría desafiar la tremenda helada nocturna con traje de boda.
De paso, para comenzar el año, el resultado de la última encuesta. ¡Gracias por participar! Los Reyes Magos ganan con 21 votos en abrumadora mayoría a Papá Noel (1 voto). Para saber más sobre Sus Majestades, pinchad aquí.