Marcos extiende la mano hacia la bolsa que su abuelo le presenta, blanca, pequeña y que antes debió de ser de aquellas de farmacia; la introduce y saca, radiante, una manzana amarilla y de aspecto jugoso. El abuelo, que, evidentemente, está preparado y se encarga una tarde sí y otra no -o sí- de sus nietos, la corta con un cuchillo limpiamente por la mitad, entregando una parte al niño y otra a la niña.
La pequeña es toda rizos y falsa plisada de colegio privado; un gran lazo adorna la coleta que le hizo su madre por la tarde y balancea cadenciosamente sus zapatos escolares desde el asiento del vagón del Metro. El abuelo le tiende la mitad de la manzana, hermana de la parte que el niño masca y saborea a dos carrillos.
- Ten cuidado, Marcos. -le dice, mientras muerde - No te comas las semillas.
El hermano la mira, mordisqueando el borde del corazón de la manzana.
- Si te comes las semillas, te explico: te crecerá una planta aquí dentro...
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