miércoles, 30 de septiembre de 2015

Una historia de trenes.

Me recordó a mí misma años atrás, cuando comenzó mi particular lucha con Popistar para dar de baja el módem usb, tarea que parecía imposible por lo ardua y áspera, o cuando, más recientemente, me debatí al filo de la invisibilidad cibernética: 

- Hola, buenos días. 

- Hola, dígame en qué puedo ayudarle.

- Quería dar un aviso por una incidencia de mi módem... Sí... Espero... Claro, claro, a este otro número... Sí... No: he llamado varias veces. Sí... No: no hay conexión. Sí. Sí... Claro, les da señal de que va bien, pero no...

Joven, morena, moderna, de edad indefinida, en esa neblina que hay entre los veintitantos y los treintapocos, de bolso grande que parece mochila o zurrón quijotesco, móvil en ristre, leggings antiguos, pierna flaca y sin perro corredor. El vagón de tren disculpando la conversación con miradas curiosas.

- Vamos a ver -dice ella-, he llamado ya varias veces, quiero saber el estado de mi traslado.

Acompaña un silencio, un segundo, ella abre grácilmente -como sólo pueden hacerlo ellas, las de entre veintitantos y treintapocos- un barrita moderna y energética, chocolate, muesli, todo herbolario y naturaleza pegajosa. 

- Sí... Ya he llamado más veces, sí, al número indicado, sí. No... No... 37. 64. 

Medidas que barruntamos no son las de los leggings -aunque podrían serlo, a la vista de sus también moderna y esbelta cintura, veintitantos, treintaypocos

- Me va a decir usted que no he llamado yo a ese teléfono ya. Que me he mudado, oiga, que quiero saber cómo va mi traslado.

Internet. La gloria de la nube. La red galáctica. Popistar. Mi infancia cibernética son recuerdos de un módem sin Sevilla.

- ¿Sabe que le digo? Que me doy de baja. Que llevo ya dos semanas así, que ya está bien. 

Presuponemos que la cosa no ha ido bien. La joven -morena, moderna, veintitantos, treintapocos, 37, 64- hace gestiones con su teléfono tras colgar, mientras masculla injurias, quejas y lamentos que nadie escucha al final de la línea. Una hebra de solidaridad y empatía me encoge el corazón, mientras levanto la vista de mi libro.

- No conseguirás nada por teléfono: escríbelo en Twitter. Las redes sociales, su poder, hazlo público. ya verás -le digo, experimentada clienta insatisfecha. Me mira con sonrisa de medio lado, como quien reconoce en el otro a un compañero de camino y fatigas.

- ¿En serio?

- En serio. Hazme caso. Me lo arreglaron a mí en dos días. La red es muy fuerte. 

Me da las gracias, moderna, urbanita, entre veintitantos y treintapocos. Casi le hubiera pedido que me buscara en la red, para seguir la historia, para escribir sobre ella. 

 

sábado, 12 de septiembre de 2015

Inicio de curso: comienza el duelo.

Hay un nuevo alumno al fondo a la derecha. Como aquel otro, es también moreno, aunque su cabello no se revuelve en guedejas ni muestra honradez en sus ojos, sino la mirada desafiante del león que otea su presa. Aquel confiaba en mi palabra para que su madre le dejara ya salir del colegio y reunir sus sueños rotos de escolar con poco futuro; este otro no me conoce, lo miro y quiero verle, me mira y me provoca: obligación de escolares con poco futuro, ver hasta dónde el profesor está dispuesto a trazar la línea de frontera...

Se recuesta en la pared de azulejos desvaídos, dejando sobre la mesa -otro más- una mochila vacía; canturrea con voz monótona, pero audible, retando a cualquiera a hinchar pecho y plantarle cara. Los otros 30 alumnos respiran el aire tenso de la espera y los dos del fondo me miran de reojo. Me conocen. Ignoro el reto que me lanza en el primer día de clase y el tarareo va cesando durante mi paseo entre los pupitres de sus compañeros. 

- Igual deberías sentarte bien -le digo, con voz amable y marcando bien las sílabas en una bravata-. Por si luego te duele la espalda. 

- No, profe -contesta, cortante, rival-: estoy comodísimo -dice, mientras se abraza a la mochila, ablandada de vacío: sin estuche, sin cuaderno, sin un libro. Adivino que sólo tiene el bocadillo del recreo y, escondido, un paquete clandestino de tabaco.

Han comenzado las clases...

 

sábado, 5 de septiembre de 2015

Hoy, día sin coche.



Hoy fui andando por la calle. Sí. Como suena: tap, tap. Tap, tap. Y la acera era más gris que otras veces, las hojas de los árboles, más amarillas, luciendo ya otoño, el cielo más azul, la gente, más densa. Notaba el vaivén de la mochila en la espalda y oía las espirales de agua de mi botella y hasta el aire hizo un remolino de papeles y bolsas... Caminaba -tap, tap, tap, tap- y el sol brillaba, la calle bullía, un niño arrastró a su madre y hasta me pareció que respiraba...