Estos dos últimos días he sido la mano anónima que ha levantado las persianas de los pasillos de mi colegio. Porque se ve que a mis alumnos no les importa estar sumidos en la oscuridad.
He sido la mano anónima que ha recogido algunos papeles que he encontrado en el suelo. Porque se ve que a mis alumnos no les importa estar rodeados de basuras.
Y he sido la mano anónima que les ha mandado deberes, les ha pedido que sean puntuales, les ha solicitado que estudien para un examen y las he urgido para que mantuvieran la cajonera y la mesa limpias y ordenadas. Sobre todo, esto último, porque sin organización no es posible el estudio. He sido la mano anónima que ha comprobado que no siempre las tareas estaban hechas, que ha recabado información para orientar a algunas familias a mejorar el rendimiento y que ha comprobado que los jóvenes no saben ni escucharse ni respetarse.
Porque si consienten los papeles a su alrededor y el desorden en su pequeño lugar de un aula, permiten que los deberes -es decir, su pequeño trabajo diario que se les pide para irse convirtiendo poco a poco en hombres y mujeres de provecho- estén sin hacer, no les molesta en absoluto que se avise a sus padres de que algo no va bien y no tienen control sobre la información sobre ellos mismos que vierten en las redes sociales... Si permiten esto, ni se escuchan ni se respetan. Y son los adultos del mañana. La culpa no es sólo de ellos, claro, si no de la generación superior que les consiente la laxitud de las tareas, el relajo de las normas, la pérdida de organización, el amiguismo con sus progenitores hasta extremos insospechados o la protección a costa de todo y lo que sea...
Pero yo seguiré siendo una mano anónima que mantendré mi nivel de exigencia. Porque creo que no es mucha exigencia pedir, al menos, que se construya el futuro en medio de la adolescencia. No ya por su bien. Por el nuestro.
He sido la mano anónima que ha recogido algunos papeles que he encontrado en el suelo. Porque se ve que a mis alumnos no les importa estar rodeados de basuras.
Y he sido la mano anónima que les ha mandado deberes, les ha pedido que sean puntuales, les ha solicitado que estudien para un examen y las he urgido para que mantuvieran la cajonera y la mesa limpias y ordenadas. Sobre todo, esto último, porque sin organización no es posible el estudio. He sido la mano anónima que ha comprobado que no siempre las tareas estaban hechas, que ha recabado información para orientar a algunas familias a mejorar el rendimiento y que ha comprobado que los jóvenes no saben ni escucharse ni respetarse.
Porque si consienten los papeles a su alrededor y el desorden en su pequeño lugar de un aula, permiten que los deberes -es decir, su pequeño trabajo diario que se les pide para irse convirtiendo poco a poco en hombres y mujeres de provecho- estén sin hacer, no les molesta en absoluto que se avise a sus padres de que algo no va bien y no tienen control sobre la información sobre ellos mismos que vierten en las redes sociales... Si permiten esto, ni se escuchan ni se respetan. Y son los adultos del mañana. La culpa no es sólo de ellos, claro, si no de la generación superior que les consiente la laxitud de las tareas, el relajo de las normas, la pérdida de organización, el amiguismo con sus progenitores hasta extremos insospechados o la protección a costa de todo y lo que sea...
Pero yo seguiré siendo una mano anónima que mantendré mi nivel de exigencia. Porque creo que no es mucha exigencia pedir, al menos, que se construya el futuro en medio de la adolescencia. No ya por su bien. Por el nuestro.
Pues claro que si. Mal futuro nos aguarda si no se corrigen ahora todas esas cosas. El mundo se ira al garete con mayor rapidez aun de lo que se nos va ahora.
ResponderEliminarBuenas noches, madame
Bisous
Ay, madame,
ResponderEliminarpero las familias tienen miedo a que a sus niños se les abran los ojos...
Feliz noche.